domingo, 5 de agosto de 2012

Cerrojos I



 



La dama blanca ha salido ha pasear, lleva kilos de cerrojos entre las manos, y en su mente la proyección de un montón de llaves. Se adentra en las calles del recuerdo, porque necesita tapiar sus puertas, se acerca a las puertas del presente para desbloquear el paso. Otea las lejanas puertas del futuro, de soslayo, y con miedo.

La dama blanca deambula con lápices en las manos. Ya no quiere dibujar con oleos permanentes...
La dama blanca relee libros del pasado y entorna la mirada, piensa en quien se lo regaló, cuando lo hizo y porque no lo olvido.

La dama repasa las cartas que escribió, pero se le mezclan sus líneas con las de los libros que recuerda. Siente, como en un sutil homenaje, sin saberlo, ha recreado la historia imaginada por Baricco, y se da cuenta que lleva escribiendo cartas de amor a alguien a quien aun no ha conocido, porque cree que algún día, cuando aparezca.. él querrá saber cuanto le echó de menos.
La dama blanca se pone triste al darse cuenta de que no recuerda si en Océano Mar, la mujer deseada llegó a aparecer en algún momento, así que mira las cartas mientras se desborda en la pereza.
No ha visto ciudades que no conoce, no ha saboreado platos que no comido, no ha abrazado a personas con las que jamás se ha cruzado. Hay muchas cosas que no ha vivido, y no puede entender porque las añora tanto.

Ha mirado sorprendida los candados color ocre que pesan entre las manos. Analiza el final de una esquina que marca el insoportable límite de la seguridad que por conocido escuece; la esquina que indica el principio que por desconocer acobarda. Mira los lados de la calle y mira sus pies. Mira el cielo y mira sus dedos. Mira la señalización de la calle, los kilómetros de tendido eléctrico que va a los lugares que no conoce. Mira al frente y ve su reflejo en los cristales... mira aquello que realmente no soporta…

Cuando cierra los ojos, los candados desaparecen, baila con sus sueños y esos ratos es feliz