lunes, 24 de junio de 2013

Dulce de Agar Agar y masa gris



Noir Désir- Le Vents Nous portera

 

Habéis tenido alguna vez la sensación de que vuestro cerebro se diluye, se colapsa?

Una entrevista de trabajo, el pánico escénico, el momento anterior a hablar en público cuando se carece de costumbre…

Una vez, mi celebró dejó de funcionar. Fue la primera vez que fui Al Faro. La intuición es sabia; en ocasiones se puede presentir que las circunstancias no son las más apropiadas para una aventura, pero el deseo por no dejar escapar sensaciones no nos permiten razonar que si avanzas en un estado concreto… lo más probable es que rompas algo que resultará difícil volver a soldar. Se resume en que entras con mal paso, y la huella, por desgracia, se queda. No debí salir en noche de vientos.

Aquella noche, mi cerebro estaba totalmente reblandecido. Me encontré sentada, mientras el pequeño sol dormía, intentando no hacer ruido para no despertarlo, esforzándome por disfrutar de lo que faro y mar ofrecían, pero mi cerebro se iba licuando más y más; en algún momento llegué a preguntarme si no estaría chorreando la masa viscosa por mis oídos, mojándome los hombros mientras hacía el más absoluto de los ridículos. Más del que ya estaba haciendo por orden natural.
Mis neuronas funcionaban lo justo para dejarme intranquila; una frase, una historia venía a mi mente y cuando habría la boca, la conexión fallaba. Lo conseguí, despegué los labios, y lo que sonó fue … beeeeeee.
Un impulso eléctrico reestablece la conexión unos instantes, entonces mi mente reflexiona; que hace una oveja pastando al lado del faro?



Analicé algunos de mis miedos y resolví que no me aterra el mar, no más que a cualquiera que se encuentre flotando solo en una tormenta, y bien es sabido que las orillas del Cantábrico no presumen por ser las más peligrosas aguas que conocemos, y sin embargo, allí me encuentro, acobardada, con la mente estresada en el más absurdo y brillante de los blancos.

Oigo una frase. Debería responder….
- …
Otra oportunidad perdida.

Tiendo a sentir un pitido constante en mi interior; como enchufada a un monitor cardíaco que marca el ritmo de mi existencia, de mis inquietudes, de lo que fui y lo que soy, ese ritmo que tiende a tener fuerza. Agudizo el oído buscándolo,  intento evitar el tapón de cerebro derramado para poder encontrarlo, y lo que escucho es un piiiiiiiiii continuado, vago y molesto. Definitivamente se ha ido, lo he perdido.
En ese momento sin mente, me sentí desnuda, miré hacia abajo… y no, no lo estaba… llevaba un gitantesto y grotesco jersey gris. O él había crecido o yo encogido al tamaño de una niña. Creo que habría preferido estar desnuda. El colapso debió ocurrir momentos anteriores a abandonar mi cueva…

Sigo debatiéndome entre un balido y la muestra de mis defectos… esperando que la brisa me devuelva el aliento.

Imaginé a mis amigos mirándome tras un espejo semiplateado, como si fuera un sapo o una rata de laboratorio; los visualicé preguntándose quien era ese pequeño ser que no funcionaba, que no se atrevía a mojar los pies en aquellas aguas saladas, los sentí sin reconocerme ni identificarme, imaginé el momento en que descubrían que era yo, y como en ese instante se encogían sin entender nada.

Suelo a ser un bicho de alma caliente con manos y pies fríos, y me encuentro mutada a un interior vacío, azulado de gélido desconcierto, al que le arden las extremidades por puro e innecesario nerviosismo. Sin atreverse a dar la cara. Desnuda.

En aquellas condiciones no podía nadar.
El Cantábrico desaparece en la oscuridad, el faro se apaga… yo cierro los ojos sabiendo que no volverá. Espero que al menos, mi mente si lo haga, y que no vuelva a dejarme sola de esta manera.